viernes, 8 de agosto de 2008

Yo me quiero llamar Enzo

No eras el único, Zidane…


Era 1995 y una mentada aventura asomaba a mis cortísimos seis años: el colegio. Esos primeros viajes muy temprano desde Pueblo Libre hasta el Rosenthal de la Puente en la nublada Magdalena marcaron definitivamente el resto de mi vida. En el patio durante el recreo y los campeonatos inter-secciones éramos doce niños correteando impetuosos a una descolorida pelota Viniball. Cada uno debía escoger alguna estrella del fútbol actual para imaginarse ella durante los partidos. Todos se alucinaban jugadores brasileños o argentinos, por lo que tuve que ceder preferencias al denominador común. Sin embargo, una cosa era cierta: ya me estaba hartando ser el décimo ‘Ronaldo’ de la cancha.

Por aquellos días, pasaba tardes enteras mirando los dibujos animados de moda: Supercampeones y Caballeros del Zodiaco. Pero poco antes de que mamá me envíe a la cama, comenzando el anochecer, canal 9 promocionaba un partido de la Liga argentina: River Plate – Vélez Sarsfield.

Nunca le había prestado demasiada atención al fútbol hasta entonces, pero esa promo llamaba mi atención. El día del partido, haciendo zapping, me encontré con la transmisión; no estaba mal darle una mirada y así aprender algunas jugadas para los partidos de recreo. Creo que así empezó mi admiración por eso. Al menos es el primer vestigio mental que tengo.

En aquel primer encuentro de fútbol que había sido capaz de seguir, el equipo de las camisetas con franja roja como la de Perú parecía tener un líder tácito dentro del campo. Tácito, porque el ‘9’, el Enzo, no agitaba los brazos enérgicamente ni puteaba a placer a sus compañeros como el arquero gordito del equipo contrario que tenía estampado su rostro en el pecho de la camiseta. Simplemente su andar aparentemente cansino pero decidido los distinguían, pero a él parecía no importarle mucho.

Desde entonces, en cada recreo yo me vestía imaginariamente con la camiseta de River y me sentía Francescoli, el uruguayo elegante.

Jugó contra Cristal en la Libertadores ’96 y sinceramente la rompió. Ese día en el Monumental de Núñez demostró que su pie derecho era capaz de la precisión absoluta. Y eso que estaba en el tramo final de su carrera. Al final conseguiría la Copa, arrodillado y con la emoción de un niño.El capítulo más singular de esta historia ocurrió aquel día en que en Montevideo, Perú y los borrachos de Miramar –una especie de Golf Los Inkas misio- caían con cierta facilidad. Le habían anulado injustamente un gol al ‘Chorri’ minutos antes de que pitaran un penal a favor de Uruguay. Enzo, que por entonces ya era ‘El Príncipe’ y concitaba las mayores simpatías, parecía destinado a meterla. En la sala de la casa de los abuelos todos aguardábamos el milagro del ‘Viejo’ Balerio. Y la tapó, se la tapó al propio Francescoli, y aunque yo hubiese celebrado el penal atajado no me hubiese entristecido ver la pelota adentro.

“¿Por qué no me pusiste Enzo?”, le pregunté alguna vez a mamá, que sonrió tras escuchar mi ingenuidad. Es que yo quería tener ese garbo, ese don de hipnotizarte con un balón en los pies.





Luego llegaría el cable y mi idolatría por el ‘Príncipe’ de América se elevaría a niveles superiores.

Si ese 1997 seguía partido a partido a Alianza, lo hacía también con River. Era estremecedor y además gratificante saber que no solo yo, sino miles adoraban al uruguayo. Al final su selección ni la nuestra –que aunque más cerca- pudo ir al Mundial. Yo creo que desde entonces se creó en mí una afinidad con el fútbol uruguayo que perdura hasta la actualidad. Y si cada año en Argentina buscan al sucesor de Maradona, yo chequeo la Copa Uruguaya a ver si sale otro Enzo. Difícil.



Fue una verdadera pena no haber podido ver a Enzo en Francia ’98. Pero ese año tuvo un suceso imborrable: su despedida. El ingreso de sus hijos, la aclamación de la hinchada, el cariño de sus ex compañeros; y todo eso no lo hizo llorar, apenas unas discretas lágrimas. Porque los príncipes no lloran. Porque Francescoli, más que un gran jugador fue siempre el mismo ‘botija’ que llegó desde Wanderers. Porque nunca hacías del balón una propiedad privada. Porque llevabas la sangre guerrera oriental aunque algunos mezquinos te hayan llamado 'pechofrío'. Porque no habrás ganado un Mundial, pero le diste una lección de coraje vestido con el lindísimo uniforme uruguayo en la Copa América '95 y te fuiste como campeón argentino del siglo XX. Porque al final no importan los números si alguien deja lo que tu dejaste en la cancha. Porque si me preguntan ¿Maradona o Pelé?... El Enzo, hermano.



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