lunes, 3 de noviembre de 2008

La aventura de ser lateral derecho


Mis imaginarios de ser el Oleg Luzhny de la selección del colegio...




"Ortiz, vas a jugar de marcador derecho". Las palabras del profesor de Educación Física - Entrenador de la selección del colegio, el profe Palomino, me sonaban a condena. Yo quería ser volante, crear jugadas inimaginables y darle fama gratuita a los delanteros flojones. Sin embargo, mis indecisiones y mis carencias técnicas me jugaban en contra. Advertido de mis problemas con el balón en los pies y conciente de mis mayores virtudes a la hora de marcar prepotentemente al rival hasta hacerlo perder el balón, Palomino decidió que yo tenía que ser zaguero.

Ese amistoso contra otro colegio religioso de Breña puede decirse que cumplí. Que aunque incómodo con mi nueva posición, siempre era mejor jugar a amarrarse mil veces los chimpunes o toser adrede para ver si el DT te deja, por esa generosidad futbolística que otros llaman lástima, jugar aunque sea los últimos cinco minutos de un partido 5-0 a favor.

Estaba contento por poder jugar por el cole, pero incómodo de hacerlo en donde no quería. Una tarde, sin embargo, prendido a un canal de cable en donde pasaban los partidos de Solano en el Newcastle, me encontré con un partido del Arsenal. Pensé en mirar un rato hasta que me aburriese y me diran ganas de cambiar. Había pasado media hora y seguía prendido a ese Arsenal - Chelsea (que en ese entonces no tenía los jugadores ni los millones de hoy), y pese a que por entonces le guardaba cierta simpatía al cuadro 'blue' por la presencia del uruguayo Gustavo Poyet, no dejé de sorprenderme por el buen juego del equipo de Arsene Wenger. La rompían todos adelante: Pires, Parlour, Henry y Wiltord. Si le dabas un espacio, los dos franceses de adelante te mataban.

Yo quería ser uno de ellos, quería ser capaz de cambiar la historia del partido con una jugada, con una genialidad. Fue cuando entonces, el lateral derecho 'gunner' se barrió para quitar el balón, comenzó una nueva jugada y desbordó su banda como un pura sangre para llegar a la línea de fondo y sacar un centro para que Henry la añada: era Oleg Luzhny.

Uno no tiene que ser figura rutilante del ataque para aportar al equipo, ni un genio del balón para cambiar el resultado; al menos un lateral de perfil bajo como el ucraniano me lo había demostrado. Quizá fue ese uno de los primeros momentos en los que nació mi interés por el fútbol de Ucrania.


El resto fue bueno. Aunque me fue bien en el campeonato, no pudimos alcanzar más allá del tercer lugar; sin embargo, Oleg sí lo logró: fue campeón al final de temporada con Arsenal y redondeó una gran campaña con gloria.

Desde entonces, mi afición Luzhny aumentó, además supe de su gran pasado en el Dynamo Kyiv, en donde -sin ser de los magos, ni los dechados de virtudes futbolísticas- supo construir desde el carril derecho un nombre. Hoy, tras un breve paso por el ya descendido Wolwerhampton inglés y por la liga de Letonia como jugador-técnico volvió a su primer amor, el Dynamo Kyiv, para ser asistente técnico.


Yo, a kilómetros de esa nación de la Europa báltica, quiero agradecerle Oleg, por darme el impulso necesario -aunque hoy el fútbol me haya abandonado- de tentar de niño esa aventura llamada ser lateral derecho.


jueves, 25 de septiembre de 2008

El soberbio serbio

De por qué nadie es como Mihajlovic...


El pie derecho clavado en el suelo y el botín izquierdo dibujando una curva. Soy sincero, de Sinisa Mihajlovic jamás me impactó su prestancia para la marca ni sus esporádicas escapas al ataque. La imagen inicial más clara que tengo del serbio corajudo, que poseía el ímpetu que el entorno bélico de su patria obligaba, es un golazo tremendo con camiseta de Yugolasvia que solo su zurda podía lograr.

El primer mundial que vi con uso de razón fue Francia ’98. Yugoslavia era mi equipo favorito y tal vez eso haya tenido que ver en mi fijación por jugadores de esa nacionalidad. Justamente el día que prendí la tele para ver a Alberto Tejada (sí, Tejada, el árbitro, la única presencia peruana en ese Mundial) el partido era Yugoslavia – Irán.
Sinisa marcaría el único gol del partido y sería tremendo tanto de tiro libre. Casi de casualidad, estaba presenciando el inicio de mi fanatismo por Sinisa.


Fanatismo que se pondría a prueba muy rápido. Al partido siguiente, ante Alemania, Yugoslavia sorprendería a los germanos rápidamente con dos goles. En medio de la algarabía, un instante fatal echaría a perder todo: Michael Tarnat metería uno de sus acostumbrados balazos de tiro y libre y Sinisa, en su intento de bloquear, desvió el balón que terminó al fondo del arco de Kralj. A diez minutos del final empataría Bierhoff y todas los ácidos comentarios terminarian en el 11, antes héroe y ahora villano.

Pasó un buen tiempo para que, gracias a la magia del Winning Eleven, recordara al yugoslavo de la prodigiosa pegada. En 2002 jugaba para la Lazio tras desligarse de la Sampodoria y tuvo su mejor etapa. Los tiros libres para él eran penales. Solo él era capaz de anotar tres goles de tiro libre en un partido.


Nunca pude pegarle como Sinisa: soy derecho y ni con la mayor de las osadías pude alcanzar la técnica de su pie mágico. Solo guardo de él la predilección por esa camiseta 11, que a la vez es recuerdo de su paso como delantero. Se retiró en el Inter, donde casi con el trote de un ex jugador, aún infundía temor cuando tenía una balón. Así se fue, con gloria, hasta dándole al Inter la Copa Italia con un tiro libre, y así se fue ahora del Inter ante la dimisión de Roberto Mancini y la llegada de Mourinho. Te fuiste, pero no de mis mejores recuerdos de tu pie izquierdo. Gracias, Miha.

PD. ¿Alguién le podrá pegar mejor que él alguna vez?


viernes, 8 de agosto de 2008

Yo me quiero llamar Enzo

No eras el único, Zidane…


Era 1995 y una mentada aventura asomaba a mis cortísimos seis años: el colegio. Esos primeros viajes muy temprano desde Pueblo Libre hasta el Rosenthal de la Puente en la nublada Magdalena marcaron definitivamente el resto de mi vida. En el patio durante el recreo y los campeonatos inter-secciones éramos doce niños correteando impetuosos a una descolorida pelota Viniball. Cada uno debía escoger alguna estrella del fútbol actual para imaginarse ella durante los partidos. Todos se alucinaban jugadores brasileños o argentinos, por lo que tuve que ceder preferencias al denominador común. Sin embargo, una cosa era cierta: ya me estaba hartando ser el décimo ‘Ronaldo’ de la cancha.

Por aquellos días, pasaba tardes enteras mirando los dibujos animados de moda: Supercampeones y Caballeros del Zodiaco. Pero poco antes de que mamá me envíe a la cama, comenzando el anochecer, canal 9 promocionaba un partido de la Liga argentina: River Plate – Vélez Sarsfield.

Nunca le había prestado demasiada atención al fútbol hasta entonces, pero esa promo llamaba mi atención. El día del partido, haciendo zapping, me encontré con la transmisión; no estaba mal darle una mirada y así aprender algunas jugadas para los partidos de recreo. Creo que así empezó mi admiración por eso. Al menos es el primer vestigio mental que tengo.

En aquel primer encuentro de fútbol que había sido capaz de seguir, el equipo de las camisetas con franja roja como la de Perú parecía tener un líder tácito dentro del campo. Tácito, porque el ‘9’, el Enzo, no agitaba los brazos enérgicamente ni puteaba a placer a sus compañeros como el arquero gordito del equipo contrario que tenía estampado su rostro en el pecho de la camiseta. Simplemente su andar aparentemente cansino pero decidido los distinguían, pero a él parecía no importarle mucho.

Desde entonces, en cada recreo yo me vestía imaginariamente con la camiseta de River y me sentía Francescoli, el uruguayo elegante.

Jugó contra Cristal en la Libertadores ’96 y sinceramente la rompió. Ese día en el Monumental de Núñez demostró que su pie derecho era capaz de la precisión absoluta. Y eso que estaba en el tramo final de su carrera. Al final conseguiría la Copa, arrodillado y con la emoción de un niño.El capítulo más singular de esta historia ocurrió aquel día en que en Montevideo, Perú y los borrachos de Miramar –una especie de Golf Los Inkas misio- caían con cierta facilidad. Le habían anulado injustamente un gol al ‘Chorri’ minutos antes de que pitaran un penal a favor de Uruguay. Enzo, que por entonces ya era ‘El Príncipe’ y concitaba las mayores simpatías, parecía destinado a meterla. En la sala de la casa de los abuelos todos aguardábamos el milagro del ‘Viejo’ Balerio. Y la tapó, se la tapó al propio Francescoli, y aunque yo hubiese celebrado el penal atajado no me hubiese entristecido ver la pelota adentro.

“¿Por qué no me pusiste Enzo?”, le pregunté alguna vez a mamá, que sonrió tras escuchar mi ingenuidad. Es que yo quería tener ese garbo, ese don de hipnotizarte con un balón en los pies.





Luego llegaría el cable y mi idolatría por el ‘Príncipe’ de América se elevaría a niveles superiores.

Si ese 1997 seguía partido a partido a Alianza, lo hacía también con River. Era estremecedor y además gratificante saber que no solo yo, sino miles adoraban al uruguayo. Al final su selección ni la nuestra –que aunque más cerca- pudo ir al Mundial. Yo creo que desde entonces se creó en mí una afinidad con el fútbol uruguayo que perdura hasta la actualidad. Y si cada año en Argentina buscan al sucesor de Maradona, yo chequeo la Copa Uruguaya a ver si sale otro Enzo. Difícil.



Fue una verdadera pena no haber podido ver a Enzo en Francia ’98. Pero ese año tuvo un suceso imborrable: su despedida. El ingreso de sus hijos, la aclamación de la hinchada, el cariño de sus ex compañeros; y todo eso no lo hizo llorar, apenas unas discretas lágrimas. Porque los príncipes no lloran. Porque Francescoli, más que un gran jugador fue siempre el mismo ‘botija’ que llegó desde Wanderers. Porque nunca hacías del balón una propiedad privada. Porque llevabas la sangre guerrera oriental aunque algunos mezquinos te hayan llamado 'pechofrío'. Porque no habrás ganado un Mundial, pero le diste una lección de coraje vestido con el lindísimo uniforme uruguayo en la Copa América '95 y te fuiste como campeón argentino del siglo XX. Porque al final no importan los números si alguien deja lo que tu dejaste en la cancha. Porque si me preguntan ¿Maradona o Pelé?... El Enzo, hermano.



martes, 8 de julio de 2008

SANdro

...No te has ido, 'Mudo'


Quiero empezar la existencia de este blog con un hombre insoslayable en mi memoria, Sandro Paulo Baylón Capcha, o simplemente Sandro¸ para el fatigado recuerdo del hincha de Alianza Lima.

Corría 1997 y en el plantel de Alianza nuevos nombres se inscribían en plantel principal. El técnico colombiano Jorge Luis Pinto había llegado con la promesa de entregar un título a La Victoria tras 18 años de angustia. No obstante, otros hombres pisarían por primera vez el césped el estadio de Matute: un importante grupo de juveniles entre los que se encontraba un larguirucho moreno, era Baylón.

Para mí no era un jugador suficientemente importante. Por ese tiempo guardaba una reservada admiración por Waldir Sáenz, Juan Jayo y Francisco Pizarro. Pasó rápido ese ’97 que fue probablemente el primer campeonato en el que seguí atentamente a Alianza, partido a partido, gol a gol en el pequeño televisor negro marca Phillips del que mi viejo se deshizo hace poco inexplicablemente. En aquella campaña fue que empecé a leer fervorosamente mis primeros diarios deportivos. Alianza conseguiría el campeonato para el jolgorio de todos sus seguidores, y en el festejo triunfal luego de la goleada 5-0 que la blanquiazul le endosara al Atlético Torino en Talara, uno de los que más saltaba pese haber participado en apenas algunos minutos durante la campaña era Sandro.

La oportunidad le llegaría al año siguiente con la Copa Libertadores. Sandro fue titular en todos los partidos y ya demostraba sus virtudes pese a ser debutante. El equipo de Pinto alcanzó la clasificación a segunda fase en un complicado grupo junto a Sporting Cristal, que integraban también los argentinos River Plate y Colón de Santa Fé, un ‘Cienciano’ del fútbol argentino por esas épocas. Nos topamos con Peñarol y la historia se acabó. Victoria en Matute por 1-0 con gol de Miguel Asprillo, primo del ‘Tino’ y derrota 2-1 en Montevideo. Cuando los uruguayos parecían ganarlo a cabezazo puro, apareció nuevamente el cafetero para descontar con una memorable corrida y definición. Ya tendrá su recordación el moreno delantero amante de las chalacas y gestor de enfervorizadas celebraciones en esa Libertadores que transmitía Canal 4 con la canción de moda en ese 1998, ‘El Africano’ de King Africa.

Lo grato de aquella Copa, pese a la eliminación en aquella tanda de penales donde el único que pareció no ‘arrugar’ fue el ‘Charapa’ Salazar, fue el puesto ganado por Baylón en la última línea. Era un jugador de la casa y terminó tapándoles la boca a quienes desconfiaban de sus dotes. Es que a inicios de año había sonado como gran refuerzo un defensor -que no recuerdo si era paraguayo o argentino- Castro.

La campaña en el torneo local de ese 1998 fue mala, se le dio licencias suficientes a la ‘U’ para que ganase sin problemas el Apertura y se perdió el Clausura en una definición frente a Sporting Cristal, donde Alianza perdió rapidamente a Roberto Silva por una dura entrada de un rival, que ocasionaría que el por entonces promisorio atacante sea llevado en ambulancia. Al año siguiente firmaría por Cristal, cosas del fútbol que le dicen. Definitivamente lo mejor de ese ’98 fue el 3-0 a la ‘U’ en el propio Nacional, el destape de Claudio Pizarro, que junto a Silva formarían la dupla Si-Pi que brilló en la Merconorte y el asentamiento de Baylón. Para entonces Sandro ya no era uno más, era el ‘3’ que me hacía ver tranquilo los partidos de Alianza porque desde atrás daba seguridad y cuando se iba al ataque usualmente anotaba.


En 1999 sería parte de la columna vertebral de uno de los mejores Alianzas que vi. Ese equipo recibía un gol y devolvía siete, una joya. Era tan demoledor adelante que la defensa era tarea poca trabajada, cosa que se sufría mucho en partidos como los clásicos. ¡Pero como iba Sandro!, a los tiros de esquina, a los tiros libres, a los contragolpes. Un puntero disfrazado de defensa. Ya para entonces se calzaba la inmortal ‘19’.

Con el ‘Mudo’ -como lo habían bautizado sus compañeros de Alianza por su poca predisposición a conversar- Alianza hizo un Apertura sensacional que no ganó por, entre otras circunstancias -como no ganar los clásicos, por ejemplo-, la ida al Werder Bremen de Claudio Pizarro. Fue justamente en el partido en que Pizarro se despedía de La Victoria que Sandro fue figura descollante e inmortalizó su celebración con las manos juntas en señal de rezo. Recuerdo que para ese partido nos reunimos varias de las familias de mi primer colegio en un almuerzo. El ‘Loco’ Del Mar y sus uniformes huachafísimos pero simpáticos, El ‘Charapa’ aplicado por izquerda, Walter Reyes y sus corridas increíbles para un gordito como él, Tressor Moreno y sus piques infernales, Pizarro y su eficacia las armas de ese Alianza que Baylón parecía comandar desde el fondo.

Pelota que manda Reyes, pivoteo de Pizarro y volea de Sandro, 2-1 en un partido que Cristal había complicado en Matute, celebración para la foto histórica. Algarabía mía con un par de amigos míos del cole también grones. Ya les ganamos a los pavos, sólo faltan las gallinas, me dijo, tan sonriente como yo, la mamá –aliancista también- de uno de ellos. Y así fue, le ganamos a los cremas en un clásico inolvidable para mi retina: 2-3 con dos penales anotados por Waldir a Ibáñez, quien se había convertido en su bestia negra. Ganamos ese Clausura con Sandro celebrando una copa por segunda vez en su vida. El resto fue historia triste. 3-0 en la ida de los Play-Off con error de Baylón que propició el 2-0, provocado tal vez por la desesperación de querer igualar. En Matute se ganó 1-0 pero no sirvió, ni siquiera la lucha del ‘Mudo’ en área contraria valió esa vez para evitar la derrota. Sandro se lamentaba y yo también viéndolo desde el mismo televisor que lo vio festejar dos años atrás.

Una mención aparte merece la Merconorte de ese año. Alianza logró una destaca participación de la mano de Edgar Ospina, quien había reemplazado momentáneamente a Pinto. Sin embargo, el partido más recordable fue ese 2-0 de Alianza sobre América de Cali en La Victoria. Un bisoño Miguel Llanos con un zapatazo y San Sandro con un testazo forzaron la tanda de penales. Y es que se había perdido por 3-1 en Cali con descuento de Chiquinho, me lo dijo mamá y recuerdo haberlo confirmado mientras RPP sonaba en el taxi de vuelta a casa tras una visita a los abuelos.

Lo digno de rememorar es que fue el choque de vuelta fue el primero que viví con tanta euforia junto al abuelo. Extrañamente nunca había ido al estadio por razones varias y nos sentíamos en pleno Matute sentados en los viejos sillones de la casa. Nunca un momento más emotivo que ese. Nunca una decepción tan grande. Se nos fueron las semifinales porque Waldir erró en la tanda de penales.

No había sido un año malo desde lo futbolístico ni para mí ni para Sandro. Yo había vivido una temporada intensa con los partidos de la selección en la Copa América, la campaña sobresaliente de Alianza y los primeros goles de Pizarro en Alemania. El había recibido la capitanía de la Sub-23 que se preparaba para el Sudamericano de Brasil y un llamado al seleccionado de mayores era inminente; encima, el Werder Bremen ya casi estaba por cerrar su fichaje.

Pero no todas las historias -en copioso desenlace de cuento infantil, como en realidad es éste- tienen un final feliz. Era el día de las celebraciones por el Año Nuevo, por el nuevo milenio y mis viejos y yo nos habíamos ido a casa de una tía para pasarlas. Ahí empezaría el fin.



Era casi el mediodía de ese 01 de enero de 2000, yo estaba en casa tonteando con algunos regalos de Navidad hasta que sonó el teléfono, era uno de mis tíos maternos: Bruno, ¿has visto?, ha muerto Baylón. No podría ser tan melosamente sentimental este post, no miento, apenas contesté algo que no recuerdo y prendí por instinto la radio. Era cierto, Sandro se había ido, viejo, pero cómo. No lo imaginaba, no se me ocurría como pudo haber fallecido. Era increíble porque una tenía dentro una amalgama de sensaciones, lo creía y a la vez no, me resistía a aceptarlo. No prendí el televisor, no quería ver, no quería creer,tenía que ser una broma de mal gusto.

Salí a jugar a la calle, tenía puesta la camiseta de la selección del colegio, era la ‘19’. Putamadre, Sandro está bien. Un imbécil se burló, era de la ‘U’, otro lo acalló. Me fui al mercado a ver los diarios, ninguno decía nada. Las señoras comentaban que había sido de madrugada, en Magdalena, cerca de la playa se había estrellado. En la tarde mi viejo me llevó a comprar naipes para jugar, me decía apenado que Sandro estaba a punto de irse a Alemania, ya lo sabía pero no quise recordárselo como siempre a los niños les gusta mostrar que lo saben todo, no. No Sandro, no te vayas, si te quedas el otro año hacemos un equipazo y si te llaman a las selección llegamos al Mundial segurito. Unos tipos pasaron cantando: Sandro no se va y yo no lo podía creer todavía, no quería. En la tele ya no hablaban de su muerte, era un día feriado y solo pasaban una película repetida. Esa noche me acordé de ti Sandro, gracias. Me aposté en mi ventana de mi cuarto nuevo y miré el cielo negro que para mí pintaba azul marino y te vi, recibiendo de Pizarro y clavándosela de derecha a Ferro. No nos ganan esos pavos, Sandrito, vamos a campeonar.


¿Qué es y por qué?

“Goool de Borja” nace de la iniciativa propia de rendir minúsculo pero justiciero tributo a los personajes que, balón de por medio, colorearon las primeras hojas del libro de mi vida.

El nombre surge a partir de la expresión de El Chavo del Ocho cada vez que remembraba a Enrique David Borja García, afamado ex futbolista mexicano de los 60’ e ídolo supuesto del personaje infantil.

Sea este blog un medio para recordar a cada uno de aquellos que encendieron mi ilusión futbolera en cada partido de mi niñez. Una historia de cualquiera, de cuando uno se pone la camiseta de los sueños para anotarle un gol a la realidad.