Mis imaginarios de ser el Oleg Luzhny de la selección del colegio...
"Ortiz, vas a jugar de marcador derecho". Las palabras del profesor de Educación Física - Entrenador de la selección del colegio, el profe Palomino, me sonaban a condena. Yo quería ser volante, crear jugadas inimaginables y darle fama gratuita a los delanteros flojones. Sin embargo, mis indecisiones y mis carencias técnicas me jugaban en contra. Advertido de mis problemas con el balón en los pies y conciente de mis mayores virtudes a la hora de marcar prepotentemente al rival hasta hacerlo perder el balón, Palomino decidió que yo tenía que ser zaguero.
Ese amistoso contra otro colegio religioso de Breña puede decirse que cumplí. Que aunque incómodo con mi nueva posición, siempre era mejor jugar a amarrarse mil veces los chimpunes o toser adrede para ver si el DT te deja, por esa generosidad futbolística que otros llaman lástima, jugar aunque sea los últimos cinco minutos de un partido 5-0 a favor.
Estaba contento por poder jugar por el cole, pero incómodo de hacerlo en donde no quería. Una tarde, sin embargo, prendido a un canal de cable en donde pasaban los partidos de Solano en el Newcastle, me encontré con un partido del Arsenal. Pensé en mirar un rato hasta que me aburriese y me diran ganas de cambiar. Había pasado media hora y seguía prendido a ese Arsenal - Chelsea (que en ese entonces no tenía los jugadores ni los millones de hoy), y pese a que por entonces le guardaba cierta simpatía al cuadro 'blue' por la presencia del uruguayo Gustavo Poyet, no dejé de sorprenderme por el buen juego del equipo de Arsene Wenger. La rompían todos adelante: Pires, Parlour, Henry y Wiltord. Si le dabas un espacio, los dos franceses de adelante te mataban.
Yo quería ser uno de ellos, quería ser capaz de cambiar la historia del partido con una jugada, con una genialidad. Fue cuando entonces, el lateral derecho 'gunner' se barrió para quitar el balón, comenzó una nueva jugada y desbordó su banda como un pura sangre para llegar a la línea de fondo y sacar un centro para que Henry la añada: era Oleg Luzhny.
Uno no tiene que ser figura rutilante del ataque para aportar al equipo, ni un genio del balón para cambiar el resultado; al menos un lateral de perfil bajo como el ucraniano me lo había demostrado. Quizá fue ese uno de los primeros momentos en los que nació mi interés por el fútbol de Ucrania.
El resto fue bueno. Aunque me fue bien en el campeonato, no pudimos alcanzar más allá del tercer lugar; sin embargo, Oleg sí lo logró: fue campeón al final de temporada con Arsenal y redondeó una gran campaña con gloria.
Desde entonces, mi afición Luzhny aumentó, además supe de su gran pasado en el Dynamo Kyiv, en donde -sin ser de los magos, ni los dechados de virtudes futbolísticas- supo construir desde el carril derecho un nombre. Hoy, tras un breve paso por el ya descendido Wolwerhampton inglés y por la liga de Letonia como jugador-técnico volvió a su primer amor, el Dynamo Kyiv, para ser asistente técnico.
Yo, a kilómetros de esa nación de la Europa báltica, quiero agradecerle Oleg, por darme el impulso necesario -aunque hoy el fútbol me haya abandonado- de tentar de niño esa aventura llamada ser lateral derecho.
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